¡LIBERTAD!
Una libertad que no crece está condenada a menguar. Porque en la naturaleza del Poder y en la historia de las civilizaciones humanas, acaso de la especie misma, está escrito, para el que quiera y sepa leer, que el apetito de libertad no es moneda corriente. Por el contrario, sólo la tensión moral, la convicción del espíritu acerca del significado profundo de la libertad en la vida del ser humano nos permite avanzar y consolidar su posibilidad política. A una década de la caída del Muro de Berlín, símbolo del cerco totalitario a que se veía sometida universalmente la libertad desde 1917, podemos ver con claridad y con no poca melancolía los peligros, viejos y nuevos, que amenazan nuestra libertad. Los peligros que corre, distintos de los de ayer pero que no dejan de ser peligros, y los peligros que una concepción de la libertad cojitranca, amputada de su raíz moral, nos hace correr incluso en los países que gozan de mayores libertades. También en aquellos que siempre nos han servido de faro y de guía para la reforma y perfeccionamiento, en un sentido liberal, de nuestras instituciones políticas.
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